Con el paso de los años me he vuelto como metida. Debe ser porque la madurez me ha traído también coraje para hablar cuando, a mi juicio, veo o escucho algo que es injusto.
Una vez estaba en una estación del MIO y había poca gente. Una señora joven estaba con una niña de dos o tres años de edad, la cual estaba bien arregladita y peinadita. La niña se estaba tomando una gaseosa rosada y la derramó sobre su ropa limpia. La señora se enojó y empezó a regañarla y a zarandearla por eso. Yo no aguanté y le dije calmadamente a la señora que, para la próxima vez, le diera a la niña agua porque era saludable y no dejaba manchas en la ropa.
Me metí en la situación porque me pareció el colmo que la señora se desquitara con la niña, sin considerar que fue a ella a quien se le ocurrió dejar a una niña tan pequeña sola con una bebida y que esta a su vez fuera gaseosa, pues ya sabemos que las gaseosas no son precisamente una fuente de nutrientes. Luego también me quedé reflexionando sobre la gran responsabilidad que tienen los padres de familia.
Recordemos que las gaseosas tienen alto contenido de azúcar y su consumo ha sido asociado con obesidad en niños y adultos. Así lo reportó Vargas-García en un revisión realizada sobre el impacto de las intervenciones para reducir el consumo de bebidas azucaradas en niños y adultos, publicada en 2015. A los adultos también nos convendría dejar de consumir bebidas azucaradas.
Nos leemos en la próxima entrada.
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